Beneficiario y víctima del conocimiento, disfruto y sufro dos puestas en escena en extremo disímbolas: Romeo y Julieta, del dramaturgo inglés isabelino William Shakespeare y Licor de lete o el caso de las aguas del olvido, del dramaturgo argentino radicado en México Martín López Brie.
En el Mesón de los Cómicos de la Legua el encuentro de Montescos y Capuletos en la plaza pública no ha sido posible, pasa y se entiende, pero que no haya espadazos eso sí ya desmerece el encono, resentimiento y rivalidad a muerte que hay entre las dos familias veronesas. Que los jóvenes enfrentados aparezcan de saco y corbata dando a notar su inexperiencia, por lo menos de los Montescos, en la portación de tal vestuario, al estilo de los adolescentes que por primera vez se entacuchan para asistir a una fiesta de quince años de una ‘debutante en sociedad’, pasa, sobre todo porque en cuanto a apariencia y portación, hay una perceptible diferencia con el principal de los jóvenes Capuletos, al que Carlos Aguilar le da un acertado desempeño pedante y altanero para imponer la alcurnia y nobleza de la casa. Pero estos jóvenes, al estilo de los lugares y sucesos descritos en las actuales notas rojas, traen pistolas y no cruzan sus aceros, sino balas, y así pasa a mejor vida Teobaldo Capuleto, nada más y nada menos que perforado por Romeo Montesco, aquel quien llamó la atención y por quien discretamente preguntó, mientras transcurría el jolgorio de la fiesta, Julieta Capuleto.
¿Qué es ‘lete’? Después de sospechar que significaría ‘leche’, me he quedado con la interrogante sin respuesta. Sabía y recordaba que Paco Berges se maneja con un teatro poco habitual, particularmente impactante. Lo recuerdo en ¿Quiere usted concursar? con el grupo Galatsia y en Hamlett Project con La Fábrica. Los personajes más ‘normalitos’, y extremadamente contrapunteados, que le he visto han sido el del explotador marido cuentachiles y el del investigador privado en Sangre en los tacones, también con el grupo que encabeza Alejandra Segovia.
Seguramente me falta ingenio humorístico para entender el gracejo sugerido con el personaje del Conejito Cogelón (Fornicador desenfrenado en español mexicano, aunque un ibérico se quedaría con la interrogación trazada en el gesto.), que fuera de lucir su graciosa expresión y espigado cuerpo de bailarín, no se ocupa de ninguna penetración, pero queda muy bien sugerida la extracción de mierda de sus nalgas expuestas en cuclillas. Me queda resonando el referente popular en relación a las orgías de todos contra todos: cogieron como conejos. No sé a quien corresponda la prodigalidad: a la hembra por la cantidad de críos que echa al mundo en un parto, o al macho por el número de fornicaciones antes de agotar su dotación espermática. La idea de ese ‘enmascaramiento’ con la cabeza del chabelesco conejo Mejillitas me parece haberla visto por lo menos en una película gringa de asaltabancos. Los referentes que vienen a mi mente contribuyen más a perderme que a orientarme como bien lo hizo Tiresias con Edipo en la tragedia de Sófocles.
Al pobre imprevisto rey tebano le jodió la vida por la eternidad Segismundo Freud poniéndole su nombre al complejo de mamitis, yo me desafano terminada la función y si tienen espejo, pues ahi se ven, reteniendo quizá con las imágenes de Electra sufriendo el ‘pocito’, para no dejar fuera la mexicana dilucidación de la misteriosa substracción de Las aguas del olvido o el licor de lete.
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