De la época próxima a “La telecomedia de Manolo Fábregas” me prendió “Don Juan Tenorio” con «¡Cuán gritan esos malditos! / Pero, ¡mal rayo me parta si en concluyendo esta carta no pagan caros sus gritos!» (Apunto el parlamento en verso como lo escucho, no necesariamente como es dicho.) Esta captura se continuó cuando el temerario Tenorio, en el cementerio, invita a su mesa al Comendador por él en duelo despachado, y éste acude al convite de su victimario. La sorpresa atemperada, la incredulidad audaz, el arrepentimiento despojado de altivez, ¡todo con gallardía! ¿Qué más? Pues la declaración de amor con la más espesa y empalagosa melcocha y la lisonjeada derritiéndola con ardor y arrebol. ¿¡Qué más!? Pues la belleza y delicadeza de doña Inés, su rapto, el asalto a su doncellez para arrobarla en la pasión amorosa y el tráfago del arrebato romántico. ¡Bárbaro! ¡Clap, clap, clap! ¡Qué viva Gonzalo Vega! También la belleza de Kitty de Hoyos, de Jaqueline Andere. Con la fuerza de la repetición también me capturó la seducción y el abordaje de doña Ana de Pantoja por el mismo truhán camelador, —prometida del rival don Luis Mejía y tema de apuesta, como Doña Inés en su condición de novicia por profesar—, contando con el celestinaje de Brígida, tan repudiable por codiciosa, regodeándose en el beneficio pecuniario de su traición servicial. El texto, los parlamentos, han continuado su progreso en la captura de mi atención y predilección, por ejemplo el muy manido, manoseado y procazmente rimado y circunstanciado: «¿No es verdad, ángel de amor, / que en esta apartada orilla / más pura la luna brilla / y se respira mejor?» Atracción alcanzada un tanto de manera independiente a la capacidad y calidad proyectiva de la interpretación de quien encarne al personaje. ¡Cuánta indomeñable altivez excusadora del protagónico que lleva el título de la obra al exclamar!: «Clamé al cielo, y no me oyó. / Mas si sus puertas me cierra, / de mis pasos en la Tierra / responda el cielo, no yo.» La costumbre y la tradición han señalado la programación del Tenorio el Día de los Santos Difuntos, o el Día de los muertos —o sea, el 1 y 2 de noviembre. Ignoro la debida denominación—, supongo por la convocación y convite de Don Juan a sus víctimas y su entrada evocativa en el cementerio que ocupa el espacio que habría heredado de no haber seguido los pasos de burlador con que tan buena malafama se forjó. Con esta afición y gusto por la madrileña obra del vallisoletano José Zorrilla conocí el jueves 1 de noviembre el montaje por parte de El Sótano Teatro sin resultar decepcionado. Si acaso Doña Inés de Ulloa un tanto falta de fuerza o peso escénico, de proyección romántica en cuanto a este género de época. Ciertamente el personaje juega con estados emocionales difíciles de llevar de la mano: la inocencia virginal indefensa ante el desconocido e indomable apasionamiento amoroso, sobre todo porque no se trata de situaciones alternativas, sino de una unívoca. Amén de la atinada memorización y la articulada expresión de los parlamentos en verso, está el acierto inicial de la selección de los intérpretes protagónicos, los dos duelistas: Don Juan Tenorio (Sebastián Sánchez) y Don Luis Mejía (Fabián Puebla). Hay prestancia sin ínfulas ni apariencia de postura. Paradójicamente no es el caso de Ciutti (Juan del Ángel), pero le viene bien a su gana untuosa y servil; hay un atildamiento chocante, pero éste construye convenientemente al personaje. El inicio acertado tropieza con muy pocos equívocos o ninguno, si acaso el atropellamiento en algún parlamento más o menos largo demandante de enojo o vigor por parte del capitán Centellas; es tanto el empuje que poco me enteré de su causa. Después vienen los espadazos y pasa a mejor vida. No hay iras sobreactuadas, ni fuera de lugar. Aunque los lunares, o similares, en el vestuario del comendador y de Don Diego Tenorio se antojan un tanto disparados. La escena ‘viva’ —musicalidad taconeada con toque de hispanidad, quizá sevillano— en el cementerio con las esculturas funerarias, llegado el momento de arrepentimiento y salvación del villano, bien remata sus tropelías, condenación y debida ovación a El Sótano Teatro.
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