El precedente pesa, máxime cuando ha sido bien hecho. Tal ha sido el caso con la segunda edición de “Zona D” dentro del “130 EITAI”, pues fueron programados en el foro del Museo de la Ciudad Ulises Rangel, Abil Meneses, Bárbara Alvarado y Lariza Reyes. Al primero poco se le ve en escenarios queretanos, pero cada que regresa se le mira más superado: su dedicación ha fructificado. Quizá empezó en la academia de Juan Olvera y Daniela Camacho, pasó por el Colegio Nacional de Danza Contemporánea y partió para continuar formándose a una institución establecida en la costa occidental, esto creo. Hará un par de años respondió a una invitación del coreógrafo y bailarín Alejandro Chávez Zavala y lo vi actuar en el Teatro de la Ciudad. Me costó trabajo identificarlo dada la superación técnica que pude apreciarle. Pues continúa creciendo con una intensidad esta vez apenas sin estar de pie, nada más, principalmente, bocarriba y sentado, constantemente vuelto de espaladas, con gran fuerza en la contorsión y distorsión. Cuando está de pie nada de brincos, extensiones ni puntas: cero lucimientos acrobáticos, ni demostración de desarrollo corporal. Así nos mantuvo pendientes de su “incómodo aprisionamiento, luchando con sus obsesiones en su desolación”. Quizá la actuación más prolongada de las cuatro. También poco he visto a Abil Meneses y más bien a través de interpretaciones del bailarín Óscar Sánchez, una con carácter solista, presentadas por el Colectivo Le Calac’s: suficiente para estar pendiente en cuanto ella aparezca programada. Otra apuesta a por la fuerza e intensidad de la proyección en una actuación solista. Lenta, muy densamente transcurre “Nómada” sin ningún momento jubiloso ni festivo, más bien casi pesaroso. Tampoco hay ningún afán por el despliegue técnico en la expresividad corporal, el empeño está puesto en la demostración de una emotividad, un estado de ánimo, que además no pasa por la agradabilidad. Vemos principalmente una fuerza de estar, por cierto con economía de trazos, pues Meneses poco se aparta del centro del escenario; el ritmo ralentizado hasta donde la continuidad sostiene la atención del espectador. El riesgo de la discontinuidad y de la desatención contribuye al atractivo de la expectación. Le Calac’s aparece con la localía queretana apuntada. Un tanto para responderme ¿qué ha sido de la bailarina y coreógrafa Bárbara Alvarado a dos años de su abrupta y sorpresiva despedida ofrecida a los espectadores de la tercera y última función de “La malcontenta”, en mayo de 2016 en un espacio alternativísimo del Museo de la Ciudad, incluso con la advertencia de que Aletheia, Cuerpo Escénico de México, no desaparecía? (http://www.raza.com.mx/eclectica/el-espectador/3825-aletheia-sigue-barbara-alvarado) Con una trayectoria profesional de casi veinte años, incontestablemente resultaba el plato fuerte de la segunda edición de Zona D. A no dudar el mejor momento artístico de Alvarado ha sido durante la vida del grupo dancístico que fundó y encabezó una vez que la maestra emérita Guillermina Bravo bajó para siempre el telón, en 2006, del Ballet Nacional de México que fundara en 1948. Quizá en un duelo no concluido, “Nostalgia” me devuelve a una fuente constante de inspiración en la intérprete: sus ancestros femeninos, inmediatos y no tanto. Apenas en la oscuridad, coloca un enorme abrigo de pieles en el extremo derecho del proscenio, preparando el inicio de la interpretación, y viene a mi mente esa reiteración temática. La preciosísima prenda remite a momentos gloriosos de María Félix, la Doña del cine nacional, con el Flaco de Oro y el Charro Cantor, dos de sus maridos. El inicio narrativo podría tomarse por clásico, para no anotar básico: una sugerencia onírica, quizá incomodante por irresuelto y dentro o desde esta situación o ambientación empieza la trama con fuerza técnica y acrobática que por su dominio podría tomarse por simplicidad, pero su efecto cautivante es innegable. Sucede la materialización de la nostalgia sin resolución de la pena, sin alivio del duelo o sin sanación del alma con su vivencia. La fuerza fémina del dolor o la fuerza del dolor filial femenino, la fuerza de quienes constituyen la “Nostalgia” ahí está. Cuando la proyección de la pena y la femenidad de la trama alcanzan al espectador la calidad de la interpretación resulta incuestionable. “Sleep much more” me parece la nota discordante, sobre todo en la programación de Zona D. Ni la coreografía ni la interpretación tienen, comparativamente, la fuerza para cerrar la función constituida con las tres obras referidas previamente. Incluso podría ser prescindible, caso contrario, para ir de menos a más, en la apertura habría quedado idóneamente programada. La organicidad temática de las tres obras previas es demasiado contundente para ubicar en el cierre la obra con menor potencia dancística entre las invitadas.
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