Teatro de, con y por jóvenes diferenciado enormemente. El jueves 19 de julio “Edmond” y el viernes “La niña Esther”. Ambos trabajos precedidos y voceados con nombres de pila, masculino y femenino, ambos irrelevantes. La relevancia y protagonismo está en los temas. La permanencia en cartelera larga y breve respectivamente. El primero respaldado con un nombre establecido y mantenido con un antecedente universitario de casi cincuenta y ocho años: Los cómicos de la legua, de la Universidad Autónoma de Querétaro; el segundo quizá próximamente sople su primera vela, con dos o tres puestas en escena: Fraktal, cuya significación o intención quizá requiera la traducción de un acrónimo. No recuerdo que David Mamet (Chicago, 1947) haya sido montado en Querétaro, ni siquiera a nivel universitario, donde suelen requerir textos con numerosos personajes. Las autorías de los segundos han correspondido a los propios integrantes de la reciente agrupación artística, generalmente de carácter colectivo. Guardo conciencia de mi primera visión de Víctor E. Sasia Farías en “¿En qué piensas?”, de Xavier Villaurrutia, en 2009 en el teatrino del Mesón de los Cómicos de la Legua, precisamente. Después de numerosos personajes en la FBA y con los legüeros, se graduó en Actuación en 2014. El campanazo en dirección escénica lo dio con “Le restó”, en El Jacalón de la FBA. Estuvo en la codirección Alexandro Fuentes, condiscípulo. Muy pronto abordó la dirección de “¿En qué piensas?” y otra pieza del mismo autor. “Los perros”, de Elena Garro y “Molière y Magdalena”, de Franco Vega son direcciones escénicas que lo han establecido como un joven artista con un lenguaje dramático muy propio. Guadalupe Pizano López dejó muestras de una sobresaliente sensibilidad apesadumbrante con la interpretación de la hija abrutecida por su madre en “Despojos para un lunes”, del crudelísimo dramaturgo distritense Hugo Abraham Wirth Nava, puesta y actuada en el citado mesón universitario por Miguel Dávalos. Después ingresó a la FBA, afilando su sensibilidad, bordeando la sensiblería y las situaciones paradoxales en pos del humor crítico: una verdadera camisa de once varas. Egresó también de la licenciatura en Actuación en 2017. Los vi compartir el escenario en “La gatomaquia”, volvieron a coincidir, dentro y fuera del foro, en “Los perros”, Pizano como la madre que no logra impedir la repetición de la ancestral historia en el previsto rapto de su hija. A partir de “Moilière y Magdalena” su coincidencia profesional ha sido una constante incluso desde la formación, y ahora dirección, de los nóveles cómicos. Lo apunto así para dar cabida a los jóvenes sin antecedentes teatrales infantiles, como ha sido el caso, por lo menos hasta muy recientemente, de los jóvenes cómicos, que lo son por edad casi a la zaga de su experiencia. En “Los niños de Morelia”, del dramaturgo chihuahuense Víctor Hugo Rascón Banda, dejaron entrever un interés, una inclinación o un aprovechamiento del manejo coral y el protagonismo principalmente temático, con la temporalidad y/o la localización preparadas y dispuestas a la vista del público con el movimiento de un mueble indefinido multifuncional ejecutado por los actores mismos, fuera de sus personajes. Las máscaras son también un recurso reiterado. La posible neutralidad de éstas no lo es tanto, o con cierta intencionalidad, en el caso de “Edmond” para sugerirnos el anonimato de las personas, su desdibujamiento en la masificación amorfa. En el argumento de Mamet el conflicto está fundado en el racismo ‘básico’ estadounidense, o sea, la segregación, menosprecio y maltrato de las personas negras, con una reconciliación o avenimiento final. Sasia y Pizano no se ocupan de este racismo, “Edmond” casi aparece como un pretexto estructural. La diferenciación social la dejan apuntada para una posible reflexión por parte del espectador acerca de desempeños prejuiciados y encasillados en nuestras interrelaciones cotidianas. Más bien se ocupan de acusar y retratar la no-conviabilidad, la consunción indiferente, despiadada, egoísta, unos de otros: una gusanera de sanguijuelas; usándose y abusándose unos a otros con la temporalidad del capricho y el ansia inmediata. Cabe sospechar la intención de acusar o reprochar nuestros prejuicios sociales segregacionistas fundamentados en las apariencias, al asignarle el personaje del título de la obra a un intérprete de rasgos toscos y acentuadamente morenos, a quien en la parada del autobús no faltaría quien le encargara que descargara la cajuela del coche y/o le diera un trapazo con la promesa de una propina. Tan solo por trayectoria y probada solvencia la encomienda habría recaído en Gerardo Álvarez, pero con el sobrenombre de Gringo bien cuenta da cuánto difiere de las características que ofrece el aludido. La actuación general del ensamble acusa la insipiencia tan solo porque se nota que están actuando sin transformarse en el personaje, sin que dejen de haber momentos de excepción, como el vivales que termina asesinado por Edmond, así como quien lo somete a interrogatorio policial. También tres momentos de prostitución: por la chica que le ofrece una exhibición danzaría antes de trepársele; quien posteriormente lo jala por la corbata; y la madame que las regentea. El avenimiento homosexual de la pareja encarcelada, sin apegarse a la carnalidad apuntada por Mamet, resulta muy atinado sin recurrir a la baratura de escandalizar.
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