“Debiera haber obispas”, de Rafael Solana, es una de las dos dramaturgias que deseé ver puestas apenas terminé de leerla, casi como prosa, estorbándome muy poco las acotaciones. A lo largo de la trama me fui entusiasmando con el desenvolvimiento de Matea, así que lamenté muchísimo el muy sumiso acatamiento de un lugar secundario, cual destino predestinado dada su condición de mujer, no obstante el atinado manejo de los diferentes intereses convenencieros de los encumbrados de su comunidad sin más razón que su condición acaudalada. Apunto la debacle de la protagonista, sin citar la dramaturgia a la letra, cuando el obispo le responde a Matea acerca de su lugar y su ocupación: “Por lo mucho que sabes, y por lo mucho que puedes, tú no debes permanecer más en este pueblo. Las dotes propias de tu sexo son tan útiles para el manejo de ciertos asuntos… En la casa episcopal está haciendo falta quien cuente los huevos, pese el café, el azúcar y el maíz. Tendrás mis casullas y mis estolas en su sitio, y mis albas y mis sobrepellices muy almidonadas. Me encenderás la luz cuando me levante a misa, me harás mi chocolatito de tres tantos, con una lumbre muy fuerte. Allí está tu lugar, junto a la lumbre, con el aventador en la mano, y con la aguja y el dedal para recoserme mi sotana y con el plumero para quitarles el polvo a todos mis santos.”
Queda como consuelo de la desolación en el siglo XXI que aún en 1953, Rafael Solana no quitó el dedo del renglón: “No me tocó a mí”, dice Matea. En el atinado ritmo que los Cómicos de la Legua le han impuesto a su montaje, quizá vendría bien una mayor contención para subrayar ese dejo de no total claudicación, digamos que rememorando la actitud y la promesa-advertencia inmortal del general Douglas MacArthur: “¡Volveré!”, para recuperar las islas Filipinas invadidas por el imperio japonés. El tino del ritmo lo constituye también la transformación que va desarrollándose en la personalidad de Matea. En términos contemporáneos cabría apuntar un empoderamiento de sí misma y de quienes intervienen en sus circunstancias, o más precisamente, de quienes las hacen. Con los Cómicos veamos a Matea muy desprendida del aliento provinciano que no pierde en el texto de principio a fin. Subraya el humorismo de la comedia el contagio de transformación que alcanza a la criada de Matea. Eufrosina personifica la conseja popular que alienta el tranzar para avanzar, su curva de aprendizaje corruptivo es breve y recorrida velozmente, al grado de enmendarle mustiamente la plana al corrupto-corruptor de la escena nacional: el político partidista trepador por antonomasia. En términos banqueteros es sencillamente la cadenera: pasa el que mejor paga y entra sin boleto. “Debiera haber obispas” en buena medida retrata la hipocresía que en Querétaro conocemos como ‘doble moral’, o sea, por ejemplo, incurrir privadamente en la conducta denunciada y reprobada públicamente. Aprovechando el periodo pascual que corre, correspondería bíblicamente al señalamiento de los ‘sepulcros blanqueados’. Por el mismo hilo conductor concluiríamos con el dramaturgo que no hay redención. Estos pecadores provincianos de cualquier parte, o sea, de todo México, no se arrepienten, ni están en disposición para dejar de pecar, solo buscan que no haya quien se los pueda echar en cara, ¿cómo? Corrompiendo o quitando del camino al disonante. Disyuntiva resumida criminalmente en: Plata o plomo, traducido jocosamente en la práctica conclusión de te aclimatas o te aclimueren. “Debiera haber obispas”, como otras obras de mediados del siglo pasado, quiere hablarle al público mexicano en su idioma, presentarle una imagen de su propia vida. “Se convierte así el Teatro de México en un teatro mexicano, lo cual no implica forzosamente la vuelta al costumbrismo o al naturalismo, y ni siquiera una adhesión incondicional al neorrealismo. La puerta queda abierta para todas las escuelas, para todas las técnicas, para todas las calidades, a condición de que no se rompa el nexo con el público.” (1) Hay tal gracia, tal solvencia, tal equilibrio, tal hondura de cuchillito de palo en esta dirección, extrañamente colectiva de los Cómicos de la Legua, que el nexo se sostiene como cuando se iniciara en los primeros días de septiembre de 1959. (1) “Teatro mexicano del siglo XX”, tomo III. Letras mexicanas. FCE pp 540, 541, 542, XI
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