Se imponen hilos, trapos, máscaras y luces oscuras (¡?) en los miniespacios escénicos del Museo de la Ciudad de Querétaro, donde son convocados los espectadores que no rebasan la altura del mostrador al gestionar sus boletos, la taquillera se asoma por encima de la barrera para atender la demanda y decidir, a la vista de la conmovedora y vivaz miniatura, si en realidad se impone el cobro de la entrada; los hay quienes superan el trance cabalgando los hombros de sus padres, otros se abren paso desde la puerta de la calle hasta la primera fila de la platea instalados en sus carriolas. La gran mayoría luce muy dominguera, cual corresponde al día, denotando cuan bien le sienta la primavera.
Después de siete años lo vi muy recuperado: apenaba su escurrida escualidez en el Mesón de los Cómicos de la Legua, entonces presentado por La Bambalina, cuando los universitarios lo invitaron a la celebración de medio siglo de vida durante 2009. También es dable que más estragado el observante, le vea mejor semblante a quien ha permanecido incólume al progreso del siglo. Escuchamos la muy exitosa y memorable música de “El hombre de La Mancha”, o sea, el canto ronquísimo de Claudio Brook y la ceceante expresión castiza de Nati Mistral cuyas letras han quedado por siempre inscritas en el ánimo y el orgullo de la sublimación hispanoparlante.Esta trama plena de entusiasmo y optimismo, esta alegría, las recibimos estrechamente abrazadas por el amor teatrero de Leonardo Kosta, actuando como narrador y manipulador de todos los hilos, todos. Entonces sucede la comunión que suele forjar y soldar el sinceramiento de las emociones para dar, recibir y al revés.
Entonces empieza el realismo de la ficción que ha creado el colectivo escénico Maíz Memoria con fantoches y bocones para asomarnos esta vez a un par de leyendas populares con personajes prehispánicos --¡los aztecas!, grita un niño parado en los muslos de su padre--: la lucha del joven Yacoñoy para, con sus últimos aliento y flecha, al final de la tarde, por fin vence al sol y obtiene el reconocimiento y la transmisión de la autoridad del tlatoani para encabezar a su pueblo. Otra persona joven tiene es sus manos la seguridad y la prosperidad de su pueblo. Aponda vive feliz en las aguas del lago de Pátzcuaro, en la isla de Yunuen, hasta el día en que es requerida por un gran señor, quien amenaza con el sojuzgamiento de su pueblo en caso de oponerse a las exigencias de tenerla por esposa.Queda la representación de este par de leyendas como ejemplo del fomento de la lectura con el tema de la identidad mexicana que lleva a cabo este joven colectivo de artistas escénicos organizados en Maíz Memoria.
Un solazo apenas cabe entre el cortinaje instalado en el escenario del teatrino del Patio Morisco, casi enceguece a los espectadores con su intenso resplandor amarillo, que sin embargo no le alcanza para deslumbrar a la Luna, quien no acepta sus imposiciones y menos se impresiona con sus requiebros. Aunque no es planeta, Cupido se impone, al fin que estamos caos. Venus lo aprovecha para reafirmar que lo suyo es la belleza y ninguna exhibición es exceso. Saturno no quiere quedarse atrás y hace malabares con sus anillos, casi asfixiándose en el enredijo, o lo que equivalga a… caga… hacerse pipi fuera del bacín. Felizmente Marte, el Dios de la Guerra, aparece muy dormilón, toda su satisfacción está en habitar silenciosamente el profundo silencio: ronquidos pero sin estallidos. Termina el vuelo. Ignoro en qué paró el atasco de carriolas, las criaturas semejaron los títeres bocones con llantos y berridos. ¿Así desaprobaban la terminación del vuelo; reprobaban la presencia del par de actrices, Cecilia Navarro y Karen Frías que manipularon el caos? {gallery}galerias/espectador140416{/gallery} |
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