¿Cómo les fue?, pregunta la actriz que esta vez estuvo a cargo de las luces en el auditorio de la Casa de Cultura ‘Dr. Ignacio Mena Rosales’ a los pocos espectadores que traspasamos la muchedumbre tianguista que ocupaba la planta baja el sábado 5 de septiembre, ocasión del estreno de “El canto de la huida”, trabajo unipersonal de Érika Manríquez presentado por Imaginartes Compañía Teatral. Cámara en mano Mónica Durán videofilma las respuestas y comentarios afuera del espacio escénico que ha quedado en la penumbra del copal.
Uno entra al espacio cargado de significaciones que algunas veces el autor dramático aprovecha, otras las olvida, y otras intenta pasarlas por alto intencionalmente. La quema de copal, el encendido de velas votivas en tres vasos cada uno de un color diferente: rojo, blanco y verde, indefectiblemente a muchos mexicanos nos remite a un contexto nacional y religioso sincrético de marcado raigambre autóctono. Hasta aquí es imposible negar que en “El canto de la huida” hay un aprovechamiento de esa carga que podemos dar por cierta.
La traducción y/o asunción de la trama dependerá de significaciones e ilustración más elaboradas. Vi una marcha de la especie humana en la demolición del hábitat que le ha correspondido; una marcha de la evolución llamada civilización hasta una muy específica situación doméstica femenina, producto y síntesis de la lucha y la dominación. El asentamiento del género humano en el planeta Tierra, por este solo hecho va propiciando la degradación. La fatalidad parece indisoluble: la imposibilidad de construir sin destruir, la desgracia radica en el desequilibrio. En un saltote milenario estamos y pasamos por La conquista de México, que en un entendimiento más amplio es la destrucción y/o desplazamiento del habitante originario por el conquistador-depredador. La ruptura de equilibrios y armonías sobre la base de principios declarados poco practicados, tan retratados en el refrán: Candil de la calle, oscuridad en la casa. La especificidad del sometimiento en “El canto de la huida” se va concentrando de una manera cada vez más estrecha en la condición femenina a nivel de máquina o artefacto doméstico apenas alterado o interrumpido por un lapso sentimental, una breve oportunidad para la ilusión amorosa, sin excluir la condición de mero agujero, con la connotación erótica y sexual que solemos darles a diferentes frutos con identificaciones genitales. Que la representación de “El canto de la huida” inicie tomando a los espectadores por la espalda y, en una lenta ambulación, la intérprete suba al escenario hacia donde apunta la disposición de las butacas, podría tomarse como una intención de abarcamiento totalizante pues incluso la entrada descrita sucede por la izquierda del espacio, y la salida es encaminada a igual ritmo por la izquierda, desapareciendo en la oscuridad sin que nos percatemos de la llegada de la intérprete al fondo del pequeño auditorio de la Casa Municipal de la Cultura. La construcción dramática, la riqueza significante, la fuerza y diversidad interpretativa que nos permite esta lectura o traducción, desde una universalidad tan totalizadora para apuntar a una individualidad tan específica hace de “El canto de la huida” una obra a observar y a sentir por lo menos con curiosidad por otra forma de vivir o conocer un abordaje de vida no frecuentado.
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