A donde se presente la actriz Rubí Cervantes voy, y después de verla en “666”, seguiré yendo. Aunque el espacio escénico donde se presenta Miqro Teatro, aludido o descrito como ‘diferente’ y ponderado o justificado con la afirmación de que ‘En espacios pequeños… pasan cosas increíbles’, en realidad es uno sumamente doméstico, o sea, le han inventado creativamente la máxima funcionalidad posible a la pieza o estancia de una casa habitación, y mucho así se advierte. Sin embargo han logrado muy bien las entradas y salidas a escena, apoyadas con los oscuros totales para las transiciones.
El título de la obra parece derivado de la desidia o la indiferencia, las pocas ganas o la falta de imaginación para culminar un texto, pero cuando empieza a descubrirse ciertas posibilidades esotéricas ocurre una magnífica vuelta de tuerca y si no un personaje, la trama completa queda sumergida en el esoterismo o el misterio total. El personaje narrador ¿nos platica un sueño o una vivencia? La trama nos engaña, los personajes nos engañan, los artistas teatrales cumplen con su misión de sacarnos de la cotidianidad en que llegamos montados hasta la sala de esa antigua casa en el número 147, sumergiéndonos en una realidad ficción que nos mantiene pendientes de Ariadna (Rubí Cervantes), de Damián (Jorge Leonel), Paloma (Kali Cano) y Marcos (Alex Rocha). El primer personaje, además de estar construido con su misión narradora y vivir dentro de lo narrado, nos mantiene distraídos con un misterio secundario: un pasado que desea esconder empezando por el nombre con que la conocemos, pues acepta haber adoptado otro. Fuera de saber que Ariadna se apena de ese pasado menospreciado desde donde ahora se encuentra, no sabemos nada más, y así nos quedamos, porque la vida que vemos y conocemos de ella está en las relaciones que ha llevado con Damián, Paloma y Marcos, sus íntimos en el más amplio sentido de la palabra y la compartición de preferencias y sentimientos, en las situaciones más particulares, incluidos los excesos etílicos, tóxicos y quizá los carnales.
Tal es la verosimilitud del enredo relatado que el espectador tiene una muy buena oportunidad para quedar prendido del ‘escenario’. Podría presentarse una omisión o pifia menor, propia de la ficción, como el hacer una llamada telefónica sin digitar el número, pero ya quién telefonea mediante un aparato de mesa, menos siendo tan joven. Otro misterio: ¿No estará apuntado en el programa de mano el nombre del dramaturgo por aquello de los derechos autorales? Sea pues el esoterismo del pago por la creatividad intelectual.
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