Todos los desatinos se le suelen imputar al director, pero si no veo ninguno, pues también apuntaré al mismo culpable para no perder el tiempo en una repartición de méritos, a la que por otra parte nadie prestaría atención. A fin de colmar esta comodidad y las imputaciones, supondré que la larga lista de aciertos de Uriel Bravo empezó por la selección de la obra. Habrá quien diga que fue al revés, que los realizadores del Festival de la Joven Dramaturgia (15 al 19 de julio) encargaron puestas en escena a una planilla de directores, o resolvieron con un proceder similar. No me importa, me instalo en mi poltrona para celebrar a un director que las más de las veces ha sido acertado, y que en estos festivales no recuerdo que haya entregado cuentas reprochables, es más, ya debería ser declarado director residente, siquiera por la rimbombancia que tanta adicción acusa. Podría decirse que Uriel tiene preferencia por las obras donde encuentre un personaje para Manuel Oropeza. De ser así, razones le sobran tan solo por la muy peculiar presencia de este antiguo museógrafo: la intensidad sanguínea con que encarna los personajes encomendados, la sonoridad y entonación de la voz, la gestualidad atinadamente ampulosa o exagerada. Esta vez, contra este estallido interpretativo se instala la inalterabilidad del temperamento conciliador y realísticamente apaciguador de Celina Montes, y la consecuentadora profesional personificada por la enfermera que tiene vida con la desparpajada jovialidad de la actriz Cecilia Navarro. El personaje de Elvira Delgado vive en el onirismo, especialmente en las ensoñaciones del anciano recluido en la casa para personas de su edad y estado de salud. Tan así que ni la otra huésped ni la enfermera toman nota de ella, apenas el vendedor de chicles que irrumpe varias veces a cuenta de indiscernible propósito. La invisibilidad del personaje de Delgado pertenece a las sombras y la espesura del follaje que circunda la vida del asilo, y que más se oscurece cuando enciende la ensoñación, desplazándose desnuda, cual brisa o remolino, en ese exterior imposible que tan solo ilusiona o devuelve la nostalgia y enriquece la añoranza. Curiosamente es una quimera que no se quedó en algún momento del tiempo vivido por quien la trae al ahora, sino que ha envejecido con él, pero jubilosamente no de manera carrascosa. Quizá aquí la razón de ser oníricamente revivida. Llama fuertemente la atención la discrepancia entre la muy joven autora y el experimentado director. En el programa de mano y en declaración pública Bandín alude a “La eterna lucha por sobrevivir a un exterior aplastante capaz de aniquilar nuestra propia naturaleza. Un sistema fracturado que envejece y da paso a otro nuevo, ¿acaso mejor?” Instalado sin concesiones en una rutina anodina (resolver el crucigrama del día y repelar contra las soluciones publicadas para el anterior) con la que alimenta su inconformidad y justifica su malhumoramiento, un anciano (M. Oropeza) gruñe porque amanece o porque anochece. No vale celebrar la brillantez del día ni la frescura del viento, tampoco convenir con sus objeciones de todo y de todos. Con la paciencia y la suavidad de la gota que perfora la piedra, la presencia de la anciana (Celina Montes) que coincide con él en el espacio general compartido, pasa a formar parte de esa rutina de aquél, pero sin extrañarse por su partida tomada con indiferencia. No obstante se sorprende e intenta negar su extrañeza. Sin llegar a celebrar su regreso reacciona con miramiento a su reaparición. Al final la aspereza cede y alcanzan un avenimiento de tintes románticos. Mientras, afuera de la casa para ancianos se gestiona un destino útil del lugar que ésta ha ocupado sin ninguna redituabilidad, almacenándolos en un lugar menos valía hipotecaria y/o financiera mientras terminan de irse. Los modos comedidos de la enfermera (Cecilia Navarro) apelando al respaldo de la ciencia sanitaria también mellan la hosquedad que describe la vejez como un retorno a la infantil sinrazón. El retrato de estas Moscas en el techo es de una inmediatez tan familiar que no tan solo resulta imposible refutarlo, sino antes al contrario mucho se apetece instalarse en él. Muy afortunada la conjunción de tanto talento y sensibilidad. Muy deseable una formal temporada por parte del grupo Los Desesperados, más allá de las recientes que no presencié por el agobio y amedrentamiento pluvioso. {gallery}galerias/espectador280814{/gallery} |
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